lunes, 24 de septiembre de 2018

Un Reino llamado Soda

-¿Qué haces esta noche?- me preguntó una amiga.

-Voy a ver a Soda Stereo- le contesté casi sin advertir lo que estaba diciendo.

Dejé pasar el nudo en la garganta que me sorprendió un poco. Pero cuando me senté en la butaca del Luna Park entendí lo que pasaba. Yo, que como tantos creía haber tenido el privilegio de ver cómo se cerraba el círculo en aquella vuelta legendaria de la banda de nuestras vidas, allá por 2007, descubrí que por primera vez, sentía en total dimensión el dolor de la pérdida. “Los primeros acordes en River me hicieron llorar”, me contaba temprano alguien más. La ilusión de lo que la vida ya no nos permitiría por la partida de Gustavo era lo que estaba por pasar en el Cirque du Soleil. Al menos en esos instantes preliminares del Cirque, se me combinaron vertiginosamente la felicidad y la angustia.

Después lloré. Lloramos en realidad. Miré a la vuelta y aún en la penumbra distinguí que no era la única haciendo el duelo, sintiendo que se había ido algo de nosotros con Cerati y que volvía de pronto como un toque de misericordia del destino en este inesperado “Disney” de Soda Stereo.

No faltó en esta semana algún comentario despectivo sobre poner a una banda de rock en un circo. Nunca faltan las simplificaciones del que vive y se alimenta solo de los estereotipos. Está en su derecho de creer que el rock o lo que sea tiene una fórmula única. Pero ¿quién puede decir dónde se agota el significado de canciones que parecen escritas ayer y traspasan su propio tiempo? El otro día hacía cola en la farmacia y sonaba Soda Stereo. “Temazo”, le digo a la chica de la caja al sacarme los auriculares y notar que Persiana Americana retumbaba en los parlantes módicos de la música funcional. “Me encanta”, me dice la cajera. “¿Cuántos años tenés?”, le pregunto. Me contesta que 26. “Es casi el mismo tiempo que tienen estas canciones, que son de cuando yo era chica”, le digo. Ella sonríe y termina el trámite de cobrarme sin darse cuenta que mi orgullo generacional se acaba de anotar una estrella con su comentario.

Por esta presencia de Soda Stereo en nuestras vidas y en varias generaciones, la banda posee la extraña virtud de ser historia y ser presente. Ser ayer y ser hoy.

Pero sólo cuando viví las sensaciones que propone el collage audiovisual y físico de “Sep7imo Día”, alcancé otras de las dimensiones aún no valoradas del todo y que se originan en la poderosa lírica de Soda: esas “letras que dan placer”. Las canciones de Soda, construyeron un universo.Seguramente lo hacen las canciones de todas las bandas que dejan su marca. Pero en el caso de Soda, constituyen un universo de imágenes que al combinarse recrean un mundo fantástico y, por qué no, heroico. “El comienzo fue un big bang…” dice la letra de “(En) El Septimo Día” que bien puede ser el Génesis de esta biblia psicodélica donde lo concreto se convierte en algo mejor de lo que es y nos permite hacernos dueños de cada sensación con inagotable sensualidad. Todos somos “el hombre alado que extraña la tierra” y también lo es Gustavo Cerati. Alas y Tierra. Se siente y se toca.

Pero a ver si puedo explicarlo mejor. Si eligiéramos al azar cualquier banda y su cancionero advertiríamos que por más poéticas, inspiradoras o rebeldes que sean sus canciones, no todas cuentan con la capacidad de ser traducidas en un espacio de formas e imágenes. Soda en cambio lo tiene todo.

Había una vez un Reino llamado Soda Stereo y sus paisajes emocionales o físicos hacen posible que el rock se lance en el trapecio. Ese universo concreto en un despliegue por momentos surrealista, por momentos salido de un capítulo de Alicia en Wonderland, o de una película de Burton o de un flash futurista de Blade Runner es el gran logro estético de “Sep7imo Día” en el Luna Park. En síntesis -porque no quiero contar lo que muchos aún no vieron-, si le preguntáramos a un chico “¿Podés dibujar esta canción?”, en el caso de Soda podría. Las canciones de Soda se ven con los ojos. “No hay fábulas en la ciudad de la furia”. La mezcla de energía física y visual con todos esos elementos poéticos convertidos en realidad permiten entender que en el caso de esta banda, no es una mística, no es abstracción, no es religión: es una verdadera mitología donde los dioses son paganos y atrevidos, sensuales y un poco soberbios, donde los dioses somos todos.

“Me verás volar… Me verás caer como un ave de presa. Me verás caer sobre terrazas desiertas. Te desnudaré por las calles azules.” ¿No es eso un lugar por donde seguimos pasando?

Es muy fuerte volver a escuchar la voz de Gustavo entre la multitud. Es conmocionarte. Nunca aceptaré que se fue. Supe que Benito, su hijo va casi todas la funciones a ver “Sep7imo Día”. El espectáculo se arriesgó a ser un homenaje póstumo pero le ganó a ese riesgo. Le ganó sin esfuerzo porque hay un hecho superador. Y es que ese reino de imágenes existe. Las letras de Soda re-inventaron un poco a Buenos Aires, nos inventaron un poco a nosotros, le pusieron tono a una sensualidad ambiciosa. Cuando ves aparecer a los acróbatas con esos “peinados nuevos” que cambiaron la historia del rock y con esa estética un poco gótica un poco porteña, no dejás de imaginar a Gustavo vestido como el Principito en la tapa del Sinfónico. Habitamos ese planeta hard y sweet, naive y carnal. No sólo yo -que en mi historia personal cuento como un hito haber hecho la primera pregunta de conferencia de prensa de toda mi carrera a Gustavo Cerati- sino también vos, que tenés mi edad, o tus pibes que siguen vibrando con “lo que irradia” este planeta en stereo.

Había una vez una Reino llamado Soda Stereo…“Cuando está oscuro todo empieza a verse más claro…Constelación”.

Autora original: Cristina Perez (periodista) 

martes, 18 de septiembre de 2018

Hablemos sin saber

La semana pasada en la materia Aspectos Jurídicos del Posgrado Pyme en la UBA, el profesor y abogado que daba la clase nos aseguro que las cooperativas de empresas recuperadas por trabajadores no suelen prosperar porque, según su punto de vista sin mucho fundamentos que digamos, la supuesta inexperiencia de los obreros a la hora de administrarlas las termina llevando a la ruina. Le insistí en que hay casos emblemáticos de empresas recuperadas como la cooperativa "FatSinPat" (ex Zanon) y "Madygraf" (ex Donnelley) que llevan años funcionando en el mercado. Y justo hoy leo la noticia de que una de esas cooperativas ve amenazada su continuidad laboral por los enormes aumentos en el costo de la energía que llegan a la burda cifra de 1 millón de pesos por mes. Quizás el profesor del Posgrado debería rehacer su análisis y entender que mas que por la inexperiencia de los obreros, estas cooperativas terminan siendo inviables por los despiadados aumentos mal aplicados en los servicios y por la grave crisis económica que afecta al mercado interno.

sábado, 15 de septiembre de 2018