Recordarte siempre fue, es y será un hermoso lugar.
Mereces lo que Sueñas
jueves, 15 de mayo de 2025
Recordarte es un hermoso lugar
Pasaron 15 AÑOS de tu último acorde, pero Gus no hay día en que aun no resuene en mi tu voz. Y es que tu inmensa obra musical evoca hermosos e inolvidables momentos vividos.
lunes, 21 de abril de 2025
jueves, 13 de marzo de 2025
Los ajustadores de siempre
El actual Gobierno nacional saco la moratoria previsional impidiendo que mucha gente mayor pueda jubilarse y cuando marchan para reclamar los reprimen, con el ajuste salvaje recortaron fondos para salud y educación, no ejecutan las obras necesarias y desmantelaron los entes públicos nacionales de ayuda para catastrofes como las inundaciones en Bahía Blanca o los incendios en la Patagonia, dejaron de dar los medicamentos a enfermos terminales y crónicos, no reparten más alimentos a los comedores comunitarios a pesar de que 50% de la población es pobre, estafaron a miles de personas con criptomonedas apocrifas, compran votos de Diputados y Senadores opositores para sancionar leyes que cercenan derechos básicos, meten jueces de la Corte por DNU, manipulan el índice de inflación y las cuentas públicas, se malgastan las reservas del Banco Central y nos siguen endeudando con el FMI para sostener un tipo de cambio atrasado artificialmente que beneficia a especuladores financieros.
El pais es un eterno deja vù y, por desgracia, la historia muestra que SIEMPRE que se aplicó este tipo de modelo económico en Argentina termino MAL. Esta vez NO será la excepción.
viernes, 31 de enero de 2025
Avergonzados de ser Star Trek
En los últimos 50 años ha habido 14 películas de Star Trek, y sin embargo la franquicia mantiene su reputación de ser problemática en la pantalla grande. Desde las continuaciones de la serie original hasta las remozadas de Kelvin Timeline, Star Trek siempre estuvo acosada por la cuestión de cómo adaptar una serie de TV que se enorgullece de su diplomacia y de las mentes científicas, a un medio exitoso que justifique el espectáculo de la acción sci-fi. ¿Puede Star Trek seguir siendo Star Trek en ese entorno? Esta semana, con la llegada de Section 31 a Paramount+, surge otra pregunta: ¿qué pasaría si una peli de Star Trek no tuviera interés en ser una peli de Star Trek, ni tampoco en ser una peli de acción particularmente interesante?
Section 31 recorrió un largo camino desde que era una de las primeras spinoffs de TV con teasers en la era posterior a la primera temporada de Discovery, para resurgir años después como vehículo cinematográfico para la premiada Michelle Yeoh. Y ese camino se siente a lo largo de las casi dos horas que dura la película. Yeoh es la protagonista, e interpreta a Philipa Georgiu de Discovery, ex emperatriz del universo alterno de Trek, que se re-analizó y redimió en parte a lo largo de la serie antes de ser enviada a tiempos desconocidos para vivir una nueva vida. La película sigue a Georgiou, forzada a cruzarse con agentes de la organización espía que se nos presentó en Deep Space Nine y debe participar de una peligrosa misión que tiene que ver con su sangriento pasado.
Hay una ecléctica mezcla de personajes en el equipo. Hay corridas, disparos, y el escape de un terrible y peligroso plan. Esa es la vibra de Section 31: un poco menos que James Bond, y un poco más de Guardianes de la Galaxia. Pero como es una película de Star Trek hay cosas que no parecen corresponder, como la hueca estética de sci-fi que la envuelve.
Section 31 en el fondo quiere que su público recuerde que sus héroes son cool, que lo que hacen es cool, y que son atípicos porque no son lo que esperaríamos de los héroes de Star Trek, lo que los hace más cool todavía. Pero la película nunca refiere al controvertido legado de Section 31 en la historia de Star Trek, ni muestra a sus héroes debatiéndose con la moral. Section 31 actúa como si todo fuera nuevo para la franquicia, pero ignora la realidad que podría haberla hecho interesante: analizar qué es lo que la gente que viven en la sección 31 piensa de la organización y de su lugar en la Federación, y lo que significaría defender una utopía de la destrucción para quien busca doblegar esos ideales.
Star Trek es una serie que se enorgullece de pensar en grandes ideas y formular grandes preguntas. Pero Section 31 se obsesiona con lo pequeño porque es mucho más fácil hacer una broma de lo que lo es lidiar con las complejas ideas que la serie ha explorado en el pasado. Los personajes se ven deslucidos, aparte de que se los presenta como dinámicos y divertidos. La falta de atractivo para despertar curiosidad al menos se podría perdonar si Section 31 fuese al menos una buena peli de acción, pero lamentablemente eso no es así. Las pocas secuencias de acción tienen algunas ideas interesantes, y sí, Yeoh deleita en todas esas secuencias con sus patadas altas, aunque hay algunas escenas que se hacen un poco densas y largas. La pena es que esas ideas interesantes se ven deslucidas por la cinematografía y la edición, que suele minimizar el impacto de la acción para dejarla vacía.
Todo esto significa que no se trata de que Section 31 sea diferente a lo que se espera de Star Trek y que por eso es mala. Más bien, es simplemente una película que no logra transmitir una identidad propia, al tiempo de ignorar la identidad que podría formar dentro de la franquicia de Star Trek más allá de si traza un contraste o similitud con ésta. Una película que dura casi dos horas no tendría que sentirse lenta y pesada, pero es lo que sucede con Section 31, que no logra impactar al público ni le saca el jugo a todo el potencial que podría tener. Aquí, no hay un grupo de espías que se oculta y no tiene moral. Es tan solo una película bastante aburrida.
Star Trek: Section 31 se estreno a Paramount+ el viernes 24 de enero de 2025.
Autor original: Lucas Handley para Gizmodo US.
Section 31 recorrió un largo camino desde que era una de las primeras spinoffs de TV con teasers en la era posterior a la primera temporada de Discovery, para resurgir años después como vehículo cinematográfico para la premiada Michelle Yeoh. Y ese camino se siente a lo largo de las casi dos horas que dura la película. Yeoh es la protagonista, e interpreta a Philipa Georgiu de Discovery, ex emperatriz del universo alterno de Trek, que se re-analizó y redimió en parte a lo largo de la serie antes de ser enviada a tiempos desconocidos para vivir una nueva vida. La película sigue a Georgiou, forzada a cruzarse con agentes de la organización espía que se nos presentó en Deep Space Nine y debe participar de una peligrosa misión que tiene que ver con su sangriento pasado.
Hay una ecléctica mezcla de personajes en el equipo. Hay corridas, disparos, y el escape de un terrible y peligroso plan. Esa es la vibra de Section 31: un poco menos que James Bond, y un poco más de Guardianes de la Galaxia. Pero como es una película de Star Trek hay cosas que no parecen corresponder, como la hueca estética de sci-fi que la envuelve.
Section 31 en el fondo quiere que su público recuerde que sus héroes son cool, que lo que hacen es cool, y que son atípicos porque no son lo que esperaríamos de los héroes de Star Trek, lo que los hace más cool todavía. Pero la película nunca refiere al controvertido legado de Section 31 en la historia de Star Trek, ni muestra a sus héroes debatiéndose con la moral. Section 31 actúa como si todo fuera nuevo para la franquicia, pero ignora la realidad que podría haberla hecho interesante: analizar qué es lo que la gente que viven en la sección 31 piensa de la organización y de su lugar en la Federación, y lo que significaría defender una utopía de la destrucción para quien busca doblegar esos ideales.
Star Trek es una serie que se enorgullece de pensar en grandes ideas y formular grandes preguntas. Pero Section 31 se obsesiona con lo pequeño porque es mucho más fácil hacer una broma de lo que lo es lidiar con las complejas ideas que la serie ha explorado en el pasado. Los personajes se ven deslucidos, aparte de que se los presenta como dinámicos y divertidos. La falta de atractivo para despertar curiosidad al menos se podría perdonar si Section 31 fuese al menos una buena peli de acción, pero lamentablemente eso no es así. Las pocas secuencias de acción tienen algunas ideas interesantes, y sí, Yeoh deleita en todas esas secuencias con sus patadas altas, aunque hay algunas escenas que se hacen un poco densas y largas. La pena es que esas ideas interesantes se ven deslucidas por la cinematografía y la edición, que suele minimizar el impacto de la acción para dejarla vacía.
Todo esto significa que no se trata de que Section 31 sea diferente a lo que se espera de Star Trek y que por eso es mala. Más bien, es simplemente una película que no logra transmitir una identidad propia, al tiempo de ignorar la identidad que podría formar dentro de la franquicia de Star Trek más allá de si traza un contraste o similitud con ésta. Una película que dura casi dos horas no tendría que sentirse lenta y pesada, pero es lo que sucede con Section 31, que no logra impactar al público ni le saca el jugo a todo el potencial que podría tener. Aquí, no hay un grupo de espías que se oculta y no tiene moral. Es tan solo una película bastante aburrida.
Star Trek: Section 31 se estreno a Paramount+ el viernes 24 de enero de 2025.
Autor original: Lucas Handley para Gizmodo US.
jueves, 16 de enero de 2025
El director surrealista
El cineasta que siempre jugó en los bordes de Hollywood con sus exploraciones de los rincones más oscuros de la mente humana y la sociedad estadounidense, deja un inmenso legado artístico.
David Lynch, el director surrealista que logró tender un puente entre el cine convencional y la vanguardia, explorando los recovecos más oscuros de la psique humana y los misterios la clase media blanca promedio de Estados Unidos con una inquietante mezcla de melancolía, fantasía y horror, ha muerto a los 78 años.
En películas como Terciopelo azul (1986) y Mulholland Drive (2001), así como en la serie de televisión Twin Peaks, estrenada en 1990, proyectó una inquietante luz sobre la hipocresía, la corrupción moral y la violencia sexual, revelando la oscuridad latente incluso en pueblos idílicos, tan supuestamente dulces como una tarta de cereza.
Director de 10 largometrajes, o quizás 11, si se cuenta la nueva versión de Twin Peaks” de 2017 (que él describió como una película de 18 horas), Lynch recibió un Oscar honorífico por su trayectoria profesional en 2019. Además, obtuvo cuatro nominaciones por la dirección de Terciopelo azul y Mulholland Drive y por dirigir y coescribir El hombre elefante, un drama histórico de 1980 sobre un ciudadano inglés horriblemente deformado pero de refinada belleza interna.
Aunque El hombre elefante era relativamente convencional, aunque inquietante por la historia que contaba, su estilo era mejor conocido por obras casi singularmente extrañas, cuya narrativa se basaba más en el poder emocional o alegórico de sus imágenes que en argumentos o diálogos tradicionales.
Eraserhead, su distópico debut en 1977, presentaba enormes espermatozoides y una mujer que canta y vive dentro de un radiador; Terciopelo azul, una historia voyeurista de madurez, comenzaba con una secuencia que se detenía incómodamente en un enjambre de hormigas; y Mulholland Drive, un drama neo-noir, giraba en torno a identidades alteradas y misterios oníricos, incluyendo la aparición de una enigmática caja azul dentro del bolso de un personaje.
Como un mago que se niega a revelar sus trucos, Lynch no discutía el significado de sus películas. “Me gustan las cosas que dejan espacio para soñar”, dijo al New York Times en 1995. “Muchos misterios se resuelven al final, y eso mata el sueño.”
El cine era solo la parte más prominente de su vida artística. Compositor, grabador, escultor, fabricante de muebles, caricaturista, dramaturgo y pintor, se dedicó al cine mientras estudiaba arte en los años 60, en un esfuerzo por crear una “pintura en movimiento”.
Desarrolló un estilo expresionista que evocaba a directores tan diversos como Luis Buñuel, Jean Cocteau, Fritz Lang y Alfred Hitchcock, aunque dijo que le interesaba más ver programas de automóviles personalizados en televisión que estudiar películas antiguas.
Lynch fue quizás “el primer surrealista populista, un Frank Capra de la lógica de los sueños”, escribió Pauline Kael, crítica de cine del New Yorker. Con Eraserhead, un clásico de culto en blanco y negro sobre un padre trastornado (interpretado por Jack Nance) y un bebé mutante parecido a un reptil, “reinventó efectivamente el movimiento del cine experimental”. “Al ver esta película atrevidamente irracional, con su interés en la lógica de los sueños”, escribió Kael, “casi se siente que estás viendo un gótico de vanguardia europeo de los años 20 o principios de los 30... y, sin embargo, hay una sensibilidad completamente nueva en juego”.
Sus películas no siempre fueron tan experimentales ni tan bien recibidas. Su adaptación de 1984 de Duna, basada en la novela de ciencia ficción de Frank Herbert, fue un fiasco que recaudó apenas 40 millones de dólares); Twin Peaks: Fire Walk With Me, un complemento de la serie de televisión lanzado en 1992, fue destrozado por los críticos, con Vincent Canby del Times declarando: “No es la peor película jamás hecha; solo lo parece”.
Pero las imágenes macabras, la ironía inexpresiva y los personajes excéntricos inspiraron a toda una serie de imitadores “lyncheanos”, además de a directores independientes como Quentin Tarantino, los hermanos Joel y Ethan Coen y Jim Jarmusch. Y con Twin Peaks, una telenovela sobrenatural de misterio y asesinato, él y su cocreador Mark Frost elaboraron lo que es ampliamente considerado uno de los programas más influyentes de la historia de la televisión.
“Si miras el drama televisivo desde sus inicios, los programas contaban al público lo que iban a ver, luego se lo mostraban y finalmente les decían lo que acababan de ver. Nadie nunca estuvo confundido por lo que estaba sucediendo,” dijo David Chase, creador de Los Soprano a la revista Time en 2017. “Con Twin Peaks, Lynch y Frost te lo muestran y te dejan pensando: ‘¿Qué acabo de ver?’ Eso fue revolucionario, y aún lo es.”
David Lynch, el director surrealista que logró tender un puente entre el cine convencional y la vanguardia, explorando los recovecos más oscuros de la psique humana y los misterios la clase media blanca promedio de Estados Unidos con una inquietante mezcla de melancolía, fantasía y horror, ha muerto a los 78 años.
En películas como Terciopelo azul (1986) y Mulholland Drive (2001), así como en la serie de televisión Twin Peaks, estrenada en 1990, proyectó una inquietante luz sobre la hipocresía, la corrupción moral y la violencia sexual, revelando la oscuridad latente incluso en pueblos idílicos, tan supuestamente dulces como una tarta de cereza.
Director de 10 largometrajes, o quizás 11, si se cuenta la nueva versión de Twin Peaks” de 2017 (que él describió como una película de 18 horas), Lynch recibió un Oscar honorífico por su trayectoria profesional en 2019. Además, obtuvo cuatro nominaciones por la dirección de Terciopelo azul y Mulholland Drive y por dirigir y coescribir El hombre elefante, un drama histórico de 1980 sobre un ciudadano inglés horriblemente deformado pero de refinada belleza interna.
Aunque El hombre elefante era relativamente convencional, aunque inquietante por la historia que contaba, su estilo era mejor conocido por obras casi singularmente extrañas, cuya narrativa se basaba más en el poder emocional o alegórico de sus imágenes que en argumentos o diálogos tradicionales.
Eraserhead, su distópico debut en 1977, presentaba enormes espermatozoides y una mujer que canta y vive dentro de un radiador; Terciopelo azul, una historia voyeurista de madurez, comenzaba con una secuencia que se detenía incómodamente en un enjambre de hormigas; y Mulholland Drive, un drama neo-noir, giraba en torno a identidades alteradas y misterios oníricos, incluyendo la aparición de una enigmática caja azul dentro del bolso de un personaje.
Como un mago que se niega a revelar sus trucos, Lynch no discutía el significado de sus películas. “Me gustan las cosas que dejan espacio para soñar”, dijo al New York Times en 1995. “Muchos misterios se resuelven al final, y eso mata el sueño.”
El cine era solo la parte más prominente de su vida artística. Compositor, grabador, escultor, fabricante de muebles, caricaturista, dramaturgo y pintor, se dedicó al cine mientras estudiaba arte en los años 60, en un esfuerzo por crear una “pintura en movimiento”.
Desarrolló un estilo expresionista que evocaba a directores tan diversos como Luis Buñuel, Jean Cocteau, Fritz Lang y Alfred Hitchcock, aunque dijo que le interesaba más ver programas de automóviles personalizados en televisión que estudiar películas antiguas.
Lynch fue quizás “el primer surrealista populista, un Frank Capra de la lógica de los sueños”, escribió Pauline Kael, crítica de cine del New Yorker. Con Eraserhead, un clásico de culto en blanco y negro sobre un padre trastornado (interpretado por Jack Nance) y un bebé mutante parecido a un reptil, “reinventó efectivamente el movimiento del cine experimental”. “Al ver esta película atrevidamente irracional, con su interés en la lógica de los sueños”, escribió Kael, “casi se siente que estás viendo un gótico de vanguardia europeo de los años 20 o principios de los 30... y, sin embargo, hay una sensibilidad completamente nueva en juego”.
Sus películas no siempre fueron tan experimentales ni tan bien recibidas. Su adaptación de 1984 de Duna, basada en la novela de ciencia ficción de Frank Herbert, fue un fiasco que recaudó apenas 40 millones de dólares); Twin Peaks: Fire Walk With Me, un complemento de la serie de televisión lanzado en 1992, fue destrozado por los críticos, con Vincent Canby del Times declarando: “No es la peor película jamás hecha; solo lo parece”.
Pero las imágenes macabras, la ironía inexpresiva y los personajes excéntricos inspiraron a toda una serie de imitadores “lyncheanos”, además de a directores independientes como Quentin Tarantino, los hermanos Joel y Ethan Coen y Jim Jarmusch. Y con Twin Peaks, una telenovela sobrenatural de misterio y asesinato, él y su cocreador Mark Frost elaboraron lo que es ampliamente considerado uno de los programas más influyentes de la historia de la televisión.
“Si miras el drama televisivo desde sus inicios, los programas contaban al público lo que iban a ver, luego se lo mostraban y finalmente les decían lo que acababan de ver. Nadie nunca estuvo confundido por lo que estaba sucediendo,” dijo David Chase, creador de Los Soprano a la revista Time en 2017. “Con Twin Peaks, Lynch y Frost te lo muestran y te dejan pensando: ‘¿Qué acabo de ver?’ Eso fue revolucionario, y aún lo es.”
Durante su primera temporada en ABC, la serie atrajo a 20 millones de espectadores en un momento dado y recibió 14 nominaciones a los Emmy, ganando dos, con un elenco que incluía a Lara Flynn Boyle, Sherilyn Fenn, Kyle MacLachlan y Michael Ontkean. Pero la serie se hundió en la segunda temporada tras resolver el asesinato de Laura Palmer, una reina del baile de la secundaria cuya muerte pone en marcha una trama que involucra un hogar de drogas y prostitución, incendios intencionados en un aserradero y un cuarto rojo extradimensional donde un enano bailarín habla al revés.
Lynch se distanció de la segunda temporada pero volvió para dirigir y coescribir cada episodio de Twin Peaks: The Return, una revival aclamado por la crítica que vinculó la mitología del bien contra el mal de la serie con la creación de la bomba atómica.
En el estudio, Lynch colaboró frecuentemente con el compositor Angelo Badalamenti, cuyos jazzeros y etéreos sonidos pop subyacen en Twin Peaks y Terciopelo azul. También fue guionista de la mayoría de sus películas y actuó como su propio diseñador de sonido, aumentando el volumen de estática siseante, teteras silbantes y tablas chirriantes.
El cineasta y actor cómico Mel Brooks, cuya compañía produjo El hombre elefante, lo describió como el “Jimmy Stewart de Marte”, una mezcla incongruente entre un típico estadounidense entusiasta y un excéntrico misterioso. Mantenía su cabello en un deslumbrante jopo blanco, abotonaba su camisa hasta el cuello pero rara vez usaba corbata, y hablaba con un alegre acento del oeste, ocasionalmente exclamando: “¡No lo puedo creer!” (Usando un parche en el ojo, tenía un cierto parecido con el cineasta John Ford, a quien retrató en un cameo en la película de Steven Spielberg The Fabelmans).
Lynch se distanció de la segunda temporada pero volvió para dirigir y coescribir cada episodio de Twin Peaks: The Return, una revival aclamado por la crítica que vinculó la mitología del bien contra el mal de la serie con la creación de la bomba atómica.
En el estudio, Lynch colaboró frecuentemente con el compositor Angelo Badalamenti, cuyos jazzeros y etéreos sonidos pop subyacen en Twin Peaks y Terciopelo azul. También fue guionista de la mayoría de sus películas y actuó como su propio diseñador de sonido, aumentando el volumen de estática siseante, teteras silbantes y tablas chirriantes.
El cineasta y actor cómico Mel Brooks, cuya compañía produjo El hombre elefante, lo describió como el “Jimmy Stewart de Marte”, una mezcla incongruente entre un típico estadounidense entusiasta y un excéntrico misterioso. Mantenía su cabello en un deslumbrante jopo blanco, abotonaba su camisa hasta el cuello pero rara vez usaba corbata, y hablaba con un alegre acento del oeste, ocasionalmente exclamando: “¡No lo puedo creer!” (Usando un parche en el ojo, tenía un cierto parecido con el cineasta John Ford, a quien retrató en un cameo en la película de Steven Spielberg The Fabelmans).
Parecía vivir en un estado de dicha perpetua, a pesar de haberse casado cuatro veces y de realizar películas que involucraban violaciones y abuso de drogas. Él atribuía su paz interna a la Meditación Trascendental, que practicaba dos veces al día durante décadas, promovía a través de su Fundación David Lynch y describía como una forma de potenciar su creatividad. También recordaba un período de siete años en los que trabajó y comió todos los días en la cadena de restaurantes Bob’s Big Boy, sentándose a las 14:30 para pedir un batido de chocolate, beber hasta siete tazas de café con mucha azúcar y apuntar ideas en servilletas.
Algunas de esas visiones inducidas por azúcar terminaron en Terciopelo azul, a veces citada como su mayor logro. La película impulsó a Isabella Rossellini al estrellato cinematográfico, revitalizó la carrera de Dennis Hopper e “hizo que el medio cinematográfico volviera a ser vivo y peligroso”, escribió el historiador del cine David Thomson.
Nombrada por una canción de amor popularizada por Bobby Vinton, “Blue Velvet” tuvo a Kyle MacLachlan en el papel de un estudiante universitario que regresa a su idílico pueblo natal y encuentra una oreja cortada en un solar baldío, un descubrimiento que lo lleva hacia una cautivadora cantante de salón (Rossellini) y un gángster sadomasoquista (Hopper) con una inclinación por el gas narcótico.
La película, dijo Lynch, fue moldeada por un recuerdo de infancia de su crianza en el Noroeste de la costa del Pacífico, donde una noche observó cómo una hermosa pero ensangrentada mujer apareció saliendo del bosque cerca de la casa de su familia, desnuda y llorando. “Vi muchas cosas extrañas suceder en el bosque”, contó a Rolling Stone en 1990. “Y simplemente me parecía que las personas solo te contaban el 10% de lo que sabían y dependía de ti descubrir el otro 90 por ciento”.
Algunas de esas visiones inducidas por azúcar terminaron en Terciopelo azul, a veces citada como su mayor logro. La película impulsó a Isabella Rossellini al estrellato cinematográfico, revitalizó la carrera de Dennis Hopper e “hizo que el medio cinematográfico volviera a ser vivo y peligroso”, escribió el historiador del cine David Thomson.
Nombrada por una canción de amor popularizada por Bobby Vinton, “Blue Velvet” tuvo a Kyle MacLachlan en el papel de un estudiante universitario que regresa a su idílico pueblo natal y encuentra una oreja cortada en un solar baldío, un descubrimiento que lo lleva hacia una cautivadora cantante de salón (Rossellini) y un gángster sadomasoquista (Hopper) con una inclinación por el gas narcótico.
La película, dijo Lynch, fue moldeada por un recuerdo de infancia de su crianza en el Noroeste de la costa del Pacífico, donde una noche observó cómo una hermosa pero ensangrentada mujer apareció saliendo del bosque cerca de la casa de su familia, desnuda y llorando. “Vi muchas cosas extrañas suceder en el bosque”, contó a Rolling Stone en 1990. “Y simplemente me parecía que las personas solo te contaban el 10% de lo que sabían y dependía de ti descubrir el otro 90 por ciento”.
El mayor de tres hijos, David Keith Lynch nació en Missoula, Montana, el 20 de enero de 1946. Su madre era profesora de lengua y su padre era científico investigador del Departamento de Agricultura. La familia se instaló en Alexandria, Virginia, donde David tomó clases los sábados en la cercana Escuela de Arte Corcoran cuando era adolescente y se enteró de que algunas personas pintaban como profesión. “Cuando descubrí que los adultos podían hacer eso, era todo lo que quería hacer. Quería fumar cigarrillos, tomar café y pintar”, dijo al Times.
Con un amigo, Jack Fisk -posteriormente diseñador de producción y también director-, asistió a la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, en Filadelfia. Mientras pintaba una escena de jardín una noche, sintió que oía el susurro del viento y veía cómo sus flores pintadas al óleo se mecían con la brisa. Esa visión inspiró sus “películas en movimiento”, comenzando con la grotesca y explícita Seis hombres enfermándose (1967), que ganó el primer premio en un concurso de arte escolar.
En 1970, se mudó a Los Ángeles, donde estudió en el conservatorio del Instituto de Cine de América y comenzó a trabajar en Eraserhead durante un período de crisis personal. Se separó de su primera esposa, Peggy Lentz Reavey, con quien tuvo una hija; se mantuvo con una ruta de reparto de diarios que le generaba 48 dólares por semana y comenzó a meditar, sintiendo un “vacío” dentro de él.
“Mi padre es un gran admirador de la vida artística”, comentó más tarde su hija Jennifer Lynch a Newsweek. “La idea de estar atado por una familia era, en términos claros, una experiencia horrenda para él, una pesadilla hecha realidad”.
El éxito de Eraserhead en el circuito de películas de medianoche atrajo la atención de Brooks, quien lo reclutó para dirigir El hombre elefante. Creada independientemente de la obra de Broadway del mismo título, la película contó con Anne Bancroft (esposa de Brooks), Anthony Hopkins y John Hurt, cuyos elaborados prostéticos para el papel principal –creados por el maquillador Christopher Tucker– ayudaron a impulsar la creación de un Premio Oscar para maquillaje y peluquería.
Las películas incluyeron Corazón salvaje (1990), una excéntrica visión de El mago de Oz que ganó el premio principal en el Festival de Cine de Cannes; Carretera perdida (1997), una narrativa onírica que describió como una “fuga psicogénica”; e Imperio (2006), un tributo inquietante a los actores y la actuación, protagonizado por Laura Dern.
Algo improbable, también dirigió Una historia sencilla (1999), una película de Disney con clasificación “apta para todo público” basada en la historia real de un granjero que conduce una máquina cortacésped desde Iowa hasta Wisconsin para visitar a su hermano, de quien estaba distanciado por décadas. “Creo que puede ser mi película más experimental”, dijo tras el estreno de la película en Cannes. “La ternura puede ser tan abstracta como la locura”.
Su segundo matrimonio con Mary Fisk, hermana de Jack, terminó en divorcio después de que comenzara una relación con Rossellini que duró cinco años. Su matrimonio con la editora y productora Mary Sweeney, su pareja de largo tiempo, terminó en divorcio tras menos de un año. En 2009, se casó con la actriz Emily Stofle. Ella solicitó el divorcio a finales de 2023. Tuvo cuatro hijos: Jennifer, cineasta, de su primer matrimonio; Austin, de su segundo; Riley, de su relación con Sweeney; y Lula, de su cuarto matrimonio.
En los últimos años, emprendió un ambicioso esfuerzo por recaudar 7 mil millones de dólares para la Meditación Trascendental y construir “palacios de paz” alrededor del mundo. Pero el arte continuó siendo su principal enfoque, incluso mientras continuaba desconcertando a los espectadores.
“Se me ocurren ideas y quiero representarlas en películas porque me emocionan”, le dijo a Los Angeles Times en 1989. “Podrías decir que la gente busca significado en todo, pero no lo hace. Tienen vida ocurriendo a su alrededor, pero no buscan significado en ella. Esperan el significado cuando van a una película. No entiendo por qué la gente espera que el arte tenga sentido cuando acepta que la vida no lo tiene”.
Con un amigo, Jack Fisk -posteriormente diseñador de producción y también director-, asistió a la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, en Filadelfia. Mientras pintaba una escena de jardín una noche, sintió que oía el susurro del viento y veía cómo sus flores pintadas al óleo se mecían con la brisa. Esa visión inspiró sus “películas en movimiento”, comenzando con la grotesca y explícita Seis hombres enfermándose (1967), que ganó el primer premio en un concurso de arte escolar.
En 1970, se mudó a Los Ángeles, donde estudió en el conservatorio del Instituto de Cine de América y comenzó a trabajar en Eraserhead durante un período de crisis personal. Se separó de su primera esposa, Peggy Lentz Reavey, con quien tuvo una hija; se mantuvo con una ruta de reparto de diarios que le generaba 48 dólares por semana y comenzó a meditar, sintiendo un “vacío” dentro de él.
“Mi padre es un gran admirador de la vida artística”, comentó más tarde su hija Jennifer Lynch a Newsweek. “La idea de estar atado por una familia era, en términos claros, una experiencia horrenda para él, una pesadilla hecha realidad”.
El éxito de Eraserhead en el circuito de películas de medianoche atrajo la atención de Brooks, quien lo reclutó para dirigir El hombre elefante. Creada independientemente de la obra de Broadway del mismo título, la película contó con Anne Bancroft (esposa de Brooks), Anthony Hopkins y John Hurt, cuyos elaborados prostéticos para el papel principal –creados por el maquillador Christopher Tucker– ayudaron a impulsar la creación de un Premio Oscar para maquillaje y peluquería.
Las películas incluyeron Corazón salvaje (1990), una excéntrica visión de El mago de Oz que ganó el premio principal en el Festival de Cine de Cannes; Carretera perdida (1997), una narrativa onírica que describió como una “fuga psicogénica”; e Imperio (2006), un tributo inquietante a los actores y la actuación, protagonizado por Laura Dern.
Algo improbable, también dirigió Una historia sencilla (1999), una película de Disney con clasificación “apta para todo público” basada en la historia real de un granjero que conduce una máquina cortacésped desde Iowa hasta Wisconsin para visitar a su hermano, de quien estaba distanciado por décadas. “Creo que puede ser mi película más experimental”, dijo tras el estreno de la película en Cannes. “La ternura puede ser tan abstracta como la locura”.
Su segundo matrimonio con Mary Fisk, hermana de Jack, terminó en divorcio después de que comenzara una relación con Rossellini que duró cinco años. Su matrimonio con la editora y productora Mary Sweeney, su pareja de largo tiempo, terminó en divorcio tras menos de un año. En 2009, se casó con la actriz Emily Stofle. Ella solicitó el divorcio a finales de 2023. Tuvo cuatro hijos: Jennifer, cineasta, de su primer matrimonio; Austin, de su segundo; Riley, de su relación con Sweeney; y Lula, de su cuarto matrimonio.
En los últimos años, emprendió un ambicioso esfuerzo por recaudar 7 mil millones de dólares para la Meditación Trascendental y construir “palacios de paz” alrededor del mundo. Pero el arte continuó siendo su principal enfoque, incluso mientras continuaba desconcertando a los espectadores.
“Se me ocurren ideas y quiero representarlas en películas porque me emocionan”, le dijo a Los Angeles Times en 1989. “Podrías decir que la gente busca significado en todo, pero no lo hace. Tienen vida ocurriendo a su alrededor, pero no buscan significado en ella. Esperan el significado cuando van a una película. No entiendo por qué la gente espera que el arte tenga sentido cuando acepta que la vida no lo tiene”.
lunes, 18 de noviembre de 2024
El final que nos mereciamos
El capitán James T. Kirk (interpretado por William Shatner) y Spock se reencuentran de forma conmovedora en un nuevo cortometraje de Star Trek titulado "Unificación" a 30 años de que Kirk muriera en "Generaciones", la septima pelicula de la saga cinematografica. Roddenberry Archive y OTOY, en asociación con Paramount, lanzaron "Unificación" el 18 de noviembre de 2024 para conmemorar el treinta aniversario del estreno del film. Este corto, de 8 minutos de duración, es el cuarto cortometraje de OTOY disponible en Roddenberry Archive a través de la app Apple Vision Pro.
En "Generaciones", el capitán James T. Kirk sacrificó su vida cuando se unió al capitán Jean-Luc Picard (Patrick Stewart) para evitar que el malvado Dr. Tolian Soran (Malcolm McDowell) destruyera el planeta Veridian III. En 2016, Star Trek Beyond incluyó la muerte canónica de Spock después de que Leonard Nimoy falleciera el año anterior. El Kirk de Shatner y el Spock de Nimoy nunca volvieron a compartir la pantalla después de Star Trek VI: The Undiscovered Country de 1991, por lo que este nuevo corto le da a Kirk y Spock un último y conmovedor momento juntos.
"Unificación" cruza las líneas temporales y universos de Star Trek para reunir al Capitán Kirk y Spock una vez más. La muerte del Capitán Kirk tiene lugar canónicamente en 2371, y el Embajador Spock es enviado a la línea temporal alternativa de Kelvin de la película Star Trek (2009) de JJ Abrams en 2387, cuando Vulcano no pudo evitar que la estrella romulana se convirtiera en supernova. Spock llegó a la línea temporal de Kelvin en 2258 y vivió en Nuevo Vulcano hasta su muerte en 2263.
Hasta aqui, las circunstancias hicieron imposible que Kirk y Picard se conocieran. Después de todo, Star Trek Generaciones explicó que se creía que el Capitán Kirk había muerto en 2293, pero en realidad sobrevivió en la anomalia interdimensional llamada Nexus hasta que se fue con el Capitán Picard en 2371, lo que resultó en su muerte. Spock nunca volvió a ver al Kirk de la Línea de Tiempo Principal después de 2293, y el vulcano no estuvo presente para ver la breve incursión y muerte de su mejor amigo en el siglo 24. Este corto muestra a un Capitán Kirk resucitado viajando a la línea de tiempo Kelvin de Star Trek de JJ Abrams para ver a Spock (interpretado por Lawrence Selleck) en su lecho de muerte en Nuevo Vulcano. Kirk y Spock luego comparten un momento que el canon de Star Trek les ha negado, mientras el dúo icónico enfrenta el horizonte juntos. "Unificación" es un testimonio poderoso y emotivo de la amistad entre Kirk y Spock sobre la que se construyó la serie.
Con el regreso de William Shatner para ayudar a realizar y supervisar la precisión de la recreación del Capitán Kirk, resulta tentador querer considerar el cortometraje como canon de Star Trek. Después de todo, "Unificación" incorpora varios personajes queridos (y sorprendentes) de toda la franquicia, personal legendario del detrás de escena, y el resultado final es la conmovedora reunión de Kirk y Spock que los fanáticos han ansiado ver durante tres décadas . Este cortometraje es una hermosa oda a Star Trek, un logro tecnológico asombroso y una hermosa (y merecida) despedida de Kirk y Spock por parte de William Shatner.
Autor original: John Orquiola para Screen Rant
domingo, 6 de octubre de 2024
Sir Paul Got Back
El músico tocó casi tres horas y paseó por todas las emociones a un público entregado desde siempre. Una puesta imponente, una banda ajustada y la sensación de ser felices por un rato.
Hace dos horas y media y 33 canciones que Paul McCartney está sobre el escenario cuando desata el furibundo riff de “Helter Skelter”. El grito primitivo del Álbum Blanco sacude al Estadio Monumental y el público ingresa en un trance. Es testigo de un hombre de 82 años que cada noche pone en juego su leyenda. Que no paró un segundo de cantar, de moverse, de entretener. Y todavía falta para un final que presume ya escrito, pero aún así se permite un lugar para la sorpresa.
Con esa energía, el respeto por su obra y el compromiso con el público, el británico redondeó un concierto inolvidable en el primero de los dos que tiene programados en Buenos Aires. Organizado con una estructura similar a la de las últimas visitas, matizado por los cambios facilitados por la tecnología y la reciente aparición del documental Get Back, que bucea en las sesiones de Let it Be. El trabajo en las cintas audiovisuales de Peter Jackson, más la artesanía que derivó en la edición de la inédita “Now and then”, le permitieron a Paul utilizar nuevas herramientas a la hora de visitar el catálogo beatle y jugar un poco con su propia historia.
El público que colmó el Monumental fue llegando de a poco, con esa pintura generacional que solo permite un artista de la talla de McCartney, capaz de trascender los tiempos y las modas. Puntualmente a las 21 se apagaron las luces y las pantallas laterales empezaron a recorrer un edificio de manera ascendente para empezar a simbolizar la vida y obra de Paul McCartney. Amagó ser cronológico, con postales familiares en blanco y negro y los primeros contactos con la música: los imberbes Quarrymen que mutaron en Los Beatles para cambiar el mundo. Pero una dosis psicodélica lo tornó colorido y atemporal. Aparecieron los Wings y sus compañeros actuales, con los que ya lleva tocando casi el doble de tiempo que con los de Liverpool, las portadas de sus álbumes y figuras varias del universo pop, hasta que el ascensor imaginario llegó a la terraza: allí, un poco antena y otro pararrayos, su inconfundible bajo Hofner, y entonces todo termina de cobrar sentido.
Enseguida, Paul y sus músicos entraron a escena bajo una ovación. Sin demasiados preámbulos, marcaron cuatro y arrancaron con “Can’t buy me love”, uno de sus primeros hits con los Beatles. Le siguieron dos de Wings, “Junior’s Farm” y “Letting go”, esta con la sección de vientos en la platea, mezclada entre el público. El primero de los pequeños detalles de color para maridar con una lista de 37 canciones sin respiro.
En cuanto a lo visual, el escenario mostró dos inmensas pantallas verticales a los costados y dos parrillas de luces móviles con potencia de bombardero y colores varios. La escenografía, que amagaba ser austera e industrial, mutó a partir de “Drive my car” cuando se descubrió la pantalla trasera con visuales inspiradas en cada canción. Y un potente set de láser al nivel del escenario para ametrallar cuando fuera necesario.
Haciendo gala de su rol de entretenedor, Sir Paul estuvo locuaz pero sin exagerar poses ni “tribuneadas”. Dijo las habituales palabras en castellano -”Estoy muy feliz de volver a verlos, esta vez voy a tratar de hablar español un poquito”-, dialogó con el público por sectores y géneros, abrió los ojos tan grandes como solo sabe hacerlo él, se equivocó un par de veces y no se hizo problema y sacó todo su oficio de escenario para llevar la voz por terreno seguro. Y lo más importante, entregó algunas de las mejores canciones de su cosecha.
En un juego constante entre sus diferentes pasados, el de Liverpool fue intercalando el repertorio de Los Beatles, como ”Got to get you into my life”, “Getting Better”, “I’ve just seen a face” o “Being for the benefit of Mr. Kite”; con algunas de los Wings como “Let ‘Em In” y solistas como “My Valentine”, con dedicatoria en vivo a su esposa Nancy Shevell, presente en el Monumental. Para lograr esa versatilidad, es fundamental el aporte musical y vocal de una banda que juega de memoria. Rusty Anderson en guitarras y Brian Ray en guitarras y bajo, Paul Wickens en teclados, acordeón y armónica y el encantador Abe Laboriel Jr. en batería y percusión tienen oficio y presencia, y además le permiten al frontman sacar a pasear sus dotes de instrumentista.
Paul jugó al guitar hero en el himno de Wings “Let me roll it”, con cita “Foxy Lady” de su amigo Jimi Hendrix incluida. Se sentó al piano para cantar la desgarradora “Maybe I’m amazed”, con las pantallas inundadas por un McCartney de época, campestre y en sepia. Se calzó la mandolina e invitó a todos a bailar con “Dance”, y por un rato el carisma del batero se robó el show. Sacó el ukelele que le regaló George Harrison para homenajearlo con su ya clásica versión de “Something”. Y conmovió con la acústica, en modo trovador solitario.
Ni bien amagó la introducción de “Blackbird”, el público reaccionó entre la ovación y el suspiro. Y a medida que intercambiaba la melodía casi susurrada con el silbido característico, una plataforma lo elevaba unos metros del escenario, como si las ramas de un árbol lo proyectaran hasta confundirse con un cielo estrellado. Allí empezó “Here today”, su homenaje postmortem a John Lennon, que sirvió como preludio para la novedad de la gira. Estrenada el 1° de octubre en el Centenario de Montevideo, “Now and then” sonó por segunda vez en vivo y regaló un poco de esa melancólica fantasía de lo que pudo haber sido.
Llevando la nostalgia al límite, pegó “In spite of all danger”, el primer tema que grabaron con The Quarrymen con “Love me do”, el primer sencillo de Los Beatles. Y siguió un hit atrás de otro, con epicentro en “Live and let die”, con llamaradas sobre el escenario y fuegos artificiales en las afueras del estadio. El falso final llegó con “Hey jude”, y un mosaico de corazones celestes y blancos preparado para la ocasión y sostenido en los brazos en alto de los fanáticos.
Paul regresó casi de inmediato, flameando la bandera argentina y la del orgullo LGBTIQ+, y fue recibido al grito de “Dale campeón”. “Esta canción es muy importante para mí”, dijo para presentar “I’ve got a feeling”, donde se coló el Lennon de la terraza de Abbey Road para el puente. “Es especial cantar con John otra vez”, apuntó. Se dio el último gusto de los Wings con “Hi, hi, hi”, metió el reprise de “Sgt. Pepper” para que los personajes de la histórica tapa cobraran vida y peló la mencionada descarga de ”Helter Skelter” antes de la recta final, que trajo de yapa una versión corregida y aumentada de la frase que tanto nos gusta a los argentinos.
“Son el mejor público del planeta” dijo McCartney y solo quedaba el medley “Golden Slumbers”, “Carry That Weight” y “The End”. “Hasta la próxima”, se despidió el caballero bajo una lluvia de papelitos celestes y blancos, que será esta noche en el mismo lugar, el 23 de octubre en el Kempes de Córdoba y después quién sabe dónde y cuándo. Enseguida, mientras la marea encaraba la amarga caminata de la despedida, empezó a sonar por los parlantes “No more lonely nights”, uno de sus clásicos ochentosos, y no fue un tema puesto al azar. Más allá de las distancias o las ausencias, no hay lugar para noches solitarias al abrigo de algunas de las canciones más lindas de todos los tiempos.
Hace dos horas y media y 33 canciones que Paul McCartney está sobre el escenario cuando desata el furibundo riff de “Helter Skelter”. El grito primitivo del Álbum Blanco sacude al Estadio Monumental y el público ingresa en un trance. Es testigo de un hombre de 82 años que cada noche pone en juego su leyenda. Que no paró un segundo de cantar, de moverse, de entretener. Y todavía falta para un final que presume ya escrito, pero aún así se permite un lugar para la sorpresa.
Con esa energía, el respeto por su obra y el compromiso con el público, el británico redondeó un concierto inolvidable en el primero de los dos que tiene programados en Buenos Aires. Organizado con una estructura similar a la de las últimas visitas, matizado por los cambios facilitados por la tecnología y la reciente aparición del documental Get Back, que bucea en las sesiones de Let it Be. El trabajo en las cintas audiovisuales de Peter Jackson, más la artesanía que derivó en la edición de la inédita “Now and then”, le permitieron a Paul utilizar nuevas herramientas a la hora de visitar el catálogo beatle y jugar un poco con su propia historia.
El público que colmó el Monumental fue llegando de a poco, con esa pintura generacional que solo permite un artista de la talla de McCartney, capaz de trascender los tiempos y las modas. Puntualmente a las 21 se apagaron las luces y las pantallas laterales empezaron a recorrer un edificio de manera ascendente para empezar a simbolizar la vida y obra de Paul McCartney. Amagó ser cronológico, con postales familiares en blanco y negro y los primeros contactos con la música: los imberbes Quarrymen que mutaron en Los Beatles para cambiar el mundo. Pero una dosis psicodélica lo tornó colorido y atemporal. Aparecieron los Wings y sus compañeros actuales, con los que ya lleva tocando casi el doble de tiempo que con los de Liverpool, las portadas de sus álbumes y figuras varias del universo pop, hasta que el ascensor imaginario llegó a la terraza: allí, un poco antena y otro pararrayos, su inconfundible bajo Hofner, y entonces todo termina de cobrar sentido.
Enseguida, Paul y sus músicos entraron a escena bajo una ovación. Sin demasiados preámbulos, marcaron cuatro y arrancaron con “Can’t buy me love”, uno de sus primeros hits con los Beatles. Le siguieron dos de Wings, “Junior’s Farm” y “Letting go”, esta con la sección de vientos en la platea, mezclada entre el público. El primero de los pequeños detalles de color para maridar con una lista de 37 canciones sin respiro.
En cuanto a lo visual, el escenario mostró dos inmensas pantallas verticales a los costados y dos parrillas de luces móviles con potencia de bombardero y colores varios. La escenografía, que amagaba ser austera e industrial, mutó a partir de “Drive my car” cuando se descubrió la pantalla trasera con visuales inspiradas en cada canción. Y un potente set de láser al nivel del escenario para ametrallar cuando fuera necesario.
Haciendo gala de su rol de entretenedor, Sir Paul estuvo locuaz pero sin exagerar poses ni “tribuneadas”. Dijo las habituales palabras en castellano -”Estoy muy feliz de volver a verlos, esta vez voy a tratar de hablar español un poquito”-, dialogó con el público por sectores y géneros, abrió los ojos tan grandes como solo sabe hacerlo él, se equivocó un par de veces y no se hizo problema y sacó todo su oficio de escenario para llevar la voz por terreno seguro. Y lo más importante, entregó algunas de las mejores canciones de su cosecha.
En un juego constante entre sus diferentes pasados, el de Liverpool fue intercalando el repertorio de Los Beatles, como ”Got to get you into my life”, “Getting Better”, “I’ve just seen a face” o “Being for the benefit of Mr. Kite”; con algunas de los Wings como “Let ‘Em In” y solistas como “My Valentine”, con dedicatoria en vivo a su esposa Nancy Shevell, presente en el Monumental. Para lograr esa versatilidad, es fundamental el aporte musical y vocal de una banda que juega de memoria. Rusty Anderson en guitarras y Brian Ray en guitarras y bajo, Paul Wickens en teclados, acordeón y armónica y el encantador Abe Laboriel Jr. en batería y percusión tienen oficio y presencia, y además le permiten al frontman sacar a pasear sus dotes de instrumentista.
Paul jugó al guitar hero en el himno de Wings “Let me roll it”, con cita “Foxy Lady” de su amigo Jimi Hendrix incluida. Se sentó al piano para cantar la desgarradora “Maybe I’m amazed”, con las pantallas inundadas por un McCartney de época, campestre y en sepia. Se calzó la mandolina e invitó a todos a bailar con “Dance”, y por un rato el carisma del batero se robó el show. Sacó el ukelele que le regaló George Harrison para homenajearlo con su ya clásica versión de “Something”. Y conmovió con la acústica, en modo trovador solitario.
Ni bien amagó la introducción de “Blackbird”, el público reaccionó entre la ovación y el suspiro. Y a medida que intercambiaba la melodía casi susurrada con el silbido característico, una plataforma lo elevaba unos metros del escenario, como si las ramas de un árbol lo proyectaran hasta confundirse con un cielo estrellado. Allí empezó “Here today”, su homenaje postmortem a John Lennon, que sirvió como preludio para la novedad de la gira. Estrenada el 1° de octubre en el Centenario de Montevideo, “Now and then” sonó por segunda vez en vivo y regaló un poco de esa melancólica fantasía de lo que pudo haber sido.
Llevando la nostalgia al límite, pegó “In spite of all danger”, el primer tema que grabaron con The Quarrymen con “Love me do”, el primer sencillo de Los Beatles. Y siguió un hit atrás de otro, con epicentro en “Live and let die”, con llamaradas sobre el escenario y fuegos artificiales en las afueras del estadio. El falso final llegó con “Hey jude”, y un mosaico de corazones celestes y blancos preparado para la ocasión y sostenido en los brazos en alto de los fanáticos.
Paul regresó casi de inmediato, flameando la bandera argentina y la del orgullo LGBTIQ+, y fue recibido al grito de “Dale campeón”. “Esta canción es muy importante para mí”, dijo para presentar “I’ve got a feeling”, donde se coló el Lennon de la terraza de Abbey Road para el puente. “Es especial cantar con John otra vez”, apuntó. Se dio el último gusto de los Wings con “Hi, hi, hi”, metió el reprise de “Sgt. Pepper” para que los personajes de la histórica tapa cobraran vida y peló la mencionada descarga de ”Helter Skelter” antes de la recta final, que trajo de yapa una versión corregida y aumentada de la frase que tanto nos gusta a los argentinos.
“Son el mejor público del planeta” dijo McCartney y solo quedaba el medley “Golden Slumbers”, “Carry That Weight” y “The End”. “Hasta la próxima”, se despidió el caballero bajo una lluvia de papelitos celestes y blancos, que será esta noche en el mismo lugar, el 23 de octubre en el Kempes de Córdoba y después quién sabe dónde y cuándo. Enseguida, mientras la marea encaraba la amarga caminata de la despedida, empezó a sonar por los parlantes “No more lonely nights”, uno de sus clásicos ochentosos, y no fue un tema puesto al azar. Más allá de las distancias o las ausencias, no hay lugar para noches solitarias al abrigo de algunas de las canciones más lindas de todos los tiempos.
Autor original: Pablo Andisco para Infobae
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)

